Es difícil decir cuando el pensamiento humano primero concibió de la existencia de Dios. Pero una vez después de concebirlo, procedió a rechazarlo. Posiblemente el rechazo de Dios ocurrió inmediatamente después de la primera concepción de éste, del primer reconocimiento de su existencia. En todo caso, el rechazo de Dios es muy antiguo, y las semillas de incredulidad aparecieron muy temprano en la historia de la humanidad. En el curso de varios siglos, sin embargo, estas semillas modestas de ateísmo fueron estranguladas por las venenosas ortigas del teísmo. Pero el esfuerzo del pensamiento y sentimiento humano para la libertad es muy grande para no prevalecer. Y de hecho ha prevalecido. Bajo sus presiones todas las religiones han ampliado sus horizontes, flexibilizando un punto tras otro y despojándose de mucho que sólo una generación atrás se consideraba indispensable. La religión, tratando de preservar su existencia, ha hecho varios compromisos, amontonando una absurdidad sobre otra, combinando lo incombinable.
Las ingenuas leyendas acerca de los orígenes de la Tierra, leyendas creadas por la pastoral popular en los albores de la vida, fueron emitidas fuera y relegadas a la mitología de ‘libros sagrados’. Bajo la presión de la ciencia, la religión repudió al Diablo y repudió la personificación de la deidad. En cambio, ahora Dios se revela Él mismo a nosotros como la Razón, Justicia, Amor, Misericordia, etc. etc. Ya que era imposible salvar los contenidos de la religión, el hombre preservó sus formas, sabiendo muy bien que las formas darían forma a cualquier contenido que fuera puesto en éstas.
Todo el supuesto llamado progreso de la religión es nada sino una serie de concesiones a la voluntad, pensamiento y sentimiento emancipado. Sin sus ataques persistentes, la religión hasta este día hubiese preservado su carácter original crudo e ingenuo. El pensamiento, además, logró otros triunfos también. No sólo obligó a la religión a volverse más progresiva, o, más preciso, el dar a luz a nuevas formas, sino que también tomó un paso independiente creativo, moviéndose cada vez más audazmente hacia un ateísmo abierto, militante.
Y nuestro ateísmo es ateísmo militante. Nosotros creemos que es hora de empezar una lucha abierta, despiadada con todos los dogmas religiosos, como quiera que se llamen, sea lo que sea de sistemas filosóficos o morales que esconda su esencia religiosa. Pelearemos contra todos los intentos para reformar la religión o para contrabandear los conceptos anticuados de épocas pasadas al bagaje espiritual de la humanidad contemporánea. Encontramos a todos los dioses igualmente repulsivos, ya sean sanguinarios o humanitarios, envidiosos o bondadosos, vengativos o perdonadores. Lo que es importante no es qué clase de dioses son sino simplemente que son dioses –esto es, nuestros señores, nuestros soberanos –y que amamos nuestra libertad espiritual muchísimo como para hacer reverencia ante ellos.
Por lo tanto somos ateos. Debemos cargar audazmente nuestra propaganda de ateísmo a las masas trabajadoras, para quienes el ateísmo es más necesario que para cualquier otro. No tememos al reproche que por destruir la fe de la gente estamos jalando la base moral de debajo de sus pies, un reproche pronunciado por ‘los amantes de las personas’ que mantienen que la religión y la moral son inseparables. Nosotros afirmamos, por el contrario, que la moralidad puede y debe ser libre de cualquier atadura con la religión, basando nuestra convicción en las enseñanzas de la ciencia contemporánea sobre la moralidad y la sociedad. Sólo mediante la destrucción de los viejos dogmas religiosos podemos lograr la gran tarea positiva de liberar el pensamiento y el sentimiento de sus viejos y enmohecidos grilletes. ¿Y qué mejor puede romper tales cadenas?
Nosotros mantenemos que no hay ideas objetivas tanto en el Universo existente o en la historia pasada de los pueblos. Un mundo objetivo es absurdo. Los deseos y aspiraciones pertenecen sólo a la personalidad individual, y nosotros ubicamos al individuo libre en la esquina principal. Debemos destruir la vieja moralidad repulsiva de la religión que declara: ‘Haz bien o Dios te castigará’. Nosotros nos oponemos a esta negociación y decimos: ‘Haz lo que pienses que sea bueno sin hacer ofertas con nadie sino sólo porque es bueno’. ¿Es esto sólo realmente trabajo destructivo?
Tanto amamos la personalidad humana que debemos por lo tanto odiar a los dioses. Y por lo tanto somos ateos. La vieja y difícil lucha de los trabajadores por la liberación de la mano de obra puede continuar aún más. Los trabajadores puede que tengan que trabajar aún más de lo que han tenido, y sacrificar su sangre a fin de consolidar lo que ya se ha ganado. A lo largo del camino, los trabajadores sin duda experimentarán nuevas derrotas y, peor aún, desilusión. Por esta misma razón deben tener un corazón de hierro y un espíritu poderoso que pueda resistir los golpes del destino. ¿Pero puede un esclavo realmente tener un corazón de hierro? Bajo Dios todos los hombres son esclavos e insignificantes. ¿Y pueden los hombres poseer un espíritu poderoso cuando caen de rodillas y se postran, como lo hacen los fieles?
Por lo tanto debemos ir a los trabajadores y tratar de destruir los vestigios de su fe en Dios. Le enseñaremos a pararse orgulloso y derechos como corresponde a los hombres libres. Le enseñaremos a buscar ayuda sólo de ellos mismos, en su propio espíritu y en la fuerza de organizaciones libres. Estamos difamados con la acusación que todos nuestros mejores sentimientos, pensamientos, deseos y actos no son nuestros, no son experimentados por nosotros, sino de Dios, son determinados por Dios, y que no somos nosotros sino un mero vehículo cargando la voluntad de Dios o del Diablo. Queremos asumir la responsabilidad para todo sobre nosotros mismos. Queremos ser libres. No queremos ser marionetas o títeres. Por lo tanto somos ateos.
Las religiones reconocen su incapacidad para sostener la creencia del hombre en el Diablo, y están rechazando a esta figura ya desacreditada. Pero esto es inconsistente, porque el Diablo tiene el mismo derecho de existir que Dios –esto es, ninguno en lo absoluto. La creencia en el Diablo fue una vez muy fuerte. Hubo un tiempo cuando el demonismo tenía una influencia exclusiva sobre las mentes de los hombres, sin embargo ahora esta figura amenazante y tentadora de la humanidad ha sido transformado en un insignificante diablo, más cómico que espantoso. La misma suerte debe también caer en su hermano de sangre –Dios.
Dios, el Diablo, fe –la humanidad ha pagado por estas palabras horribles con un mar de sangre, un río de lágrimas y un sufrimiento interminable. ¡Suficiente de esta pesadilla! El hombre debe finalmente arrojar el yugo, debe ser libre. Tarde o temprano ganará el trabajo. Pero el hombre debe entrar en la sociedad de la igualdad, hermandad y libertad listo, y espiritualmente libre, o por lo menos libre de la divina basura que se ha aferrado a éste por miles de años. Nos hemos sacudido este polvo venenoso de nuestros pies, y somos por lo tanto ateos.
Ven con todos nosotros los que amamos al hombre y la libertad, y odiamos a los dioses y la esclavitud. ¡Sí, los dioses están muriendo! ¡Que viva el hombre! –Unión de Ateos.
Fuente original: Soiuz Ateistov, ‘Ateisticheskii manifest’, Nabat (Kharkov), 12 de mayo 1919, p. 3., tomado de: Los Anarquistas en la Revolución Rusa, editado por Pablo Avrich, Imprenta de la Universidad de Cornell, 1973.
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